Bang, bang, shoot, shoot.

Esa noche ella vino a mi casa, yo abrí una botella de vino, puse las luces indirectas de la sala y una playlist que tengo bajo el nombre "Pequeña Muerte".

Tomamos, reímos y conversamos de nosotros de nuestros gustos y disgustos, de nuestras idas y venidas en la vida, reímos y nos pusimos serios y volvimos a reir, hasta que llegamos a ese momento en que sientes que si tuvieras que robar un banco con alguien lo harías con esa persona, nos volvimos complices.

Y después de un rato de sumergir mi mirada en el abismo de sus pupilas, vi cómo estás se dilataban justo en el momento en que nos dimos un beso, en ese instante las palabras perdieron todo peso y nos dejamos llevar.

Todo era desesperación y placer, placer y desesperación como si el mundo se estuviera acabando, nos arrastramos por el suelo en una danza extraña pero armónica, si nuestros cuerpos hubiesen estados cubiertos de pintura hubiéramos hecho un Pollock en todo el piso de la sala.

Y en el momento más intenso de la noche, justo cuando sientes que tu corazón está apunto de estallar, empezó a sonar el coro de Hapiness is a warm gun, nunca le había prestado mucha atención a esa canción o la letra, pero ese fue el momento en que la entendí realmente.

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